Columna de Cristián Warnken publicada hoy en emol.com
Claro que duele ver al Teatro Municipal en llamas. Y justo el día después de una elección que arroja señales de crisis profunda, pero también de esperanza: rostros y voces nuevas en los distintos sectores políticos, que parecieran poder por fin romper el duro cascarón. Estamos parados sobre una crisis de representación de gran magnitud, en la frontera de un país que ya murió y otro que quiere nacer.
A veces los hechos físicos coinciden con los movimientos subterráneos de la historia. Pero ¿qué quiere decir el Teatro Municipal en llamas? Inaugurado en 1857, cuando existía en Chile una élite preocupada de enriquecer el espacio público y —hacia el Centenario— inauguraba una Biblioteca Nacional, un Museo de Bellas Artes o un Parque Forestal. Pero ¿adónde va el país en las próximas décadas? ¿A una modernidad declarativa pero trunca, en que la cultura y la educación serán solo adornos, o a una modernidad en la que el “crecimiento” no se limitará a una cifra de la macroeconomía?
El país no está en llamas todavía. Pero puede estarlo si quienes toman las grandes decisiones no escuchan cómo lo nuevo se acerca con “pisadas de paloma”, como decía Nietzsche al hablar de las transformaciones epocales. Carrera tenía 22 años, O’Higgins 34 y Portales 36 cuando irrumpieron como protagonistas de la historia. Gabriel Boric, un joven puntarenense, acaba de dar un golpe de cátedra a un sistema político asfixiante, ganando una elección fuera de los grandes pactos, sin recursos, solo con el sonido del viento de su natal Punta Arenas como música de fondo, como jingle en un spot de campaña de apenas unos segundos, esos segundos que han dejado como sobras a los independientes los administradores y lucradores del sistema binominal. Él es un “autónomo”.
¿Cuántos de nosotros sabemos quiénes son los “autónomos”? Los confundimos con los “comunistas” y no sabemos distinguirlos de los “anarquistas”. Seguimos encerrados en nuestro circo en llamas (el sistema político), mientras afuera soplan nuevos aires, en este caso un viento austral que podría convertirse en un tifón.
¿Quién es Gabriel Boric, en qué país está soñando y pensando? ¿Quiénes son esa mitad del país que no votó? Esas son las preguntas que vale la pena hacerse hoy, en vez de seguir alimentando una conversación sobre los achaques de esa viejecita agónica en que se ha convertido la política chilena tradicional. ¿Queremos ser las comparsas de un funeral o los testigos de un nacimiento? Hay que elegir dónde colocaremos nuestras energías: en lo que quiere nacer o en lo que debe morir.
Machado decía sobre una España mezquina y presuntuosa: “España miserable,/ ayer dominadora,/ desprecias cuanto ignoras”. Hay un grupo muy pequeño, pero todavía con gran poder de la vieja política que desprecia a estos nuevos guerreros de la política joven (Boric, pero también de alguna manera Felipe Kast en la derecha y tantos otros). Pero ya es tarde. Sin su permiso, ellos han subido al escenario a protagonizar la historia que recién comienza. Seguramente serán ellos —como sus antepasados, la élite joven del Centenario— los que levantarán los nuevos Teatros Municipales, las nuevas bibliotecas, una nueva y buena educación pública, mejores ciudades que las segregadas de hoy.
Los ninguneadores de lo nuevo, en cambio, nos han legado muchos malls, universidades públicas en ruinas, empresas de ferrocarriles desmanteladas y robadas, un país donde la cultura y la sabiduría fueron adornos y no el corazón del país. Un país desarraigado, arribista, de mentira.
Sí, duele ver al Teatro Municipal en llamas, símbolo de un Chile de fines del siglo XIX y comienzos del XX, fundado en convicciones y no en conveniencias. Pero sobre esas cenizas que lamentamos hoy, otros jóvenes sabrán poner los cimientos de nuevos escenarios (y no meras escenografías) de una obra gruesa de muros no blanqueados. Se siente en el aire, aunque huela a quemado.
jueves, noviembre 21, 2013
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