sábado, enero 21, 2006

Mi amigo Manuel

Fui invitado a la casa de mi amigo Manuel.

Manuel tiene una hermosa casa dotada de un gran jardín delantero, con variadas flores, además un gran “patio” trasero que finaliza en un pequeño bosques, araucaria centenaria incluida, sin considerar los distintos animales que circulan libremente entre árboles y matorrales o en una pequeña “laguna” artificial. Los pájaros llegan libremente al jardín de Manuel, anidan y trinan gratuitamente.

La casa en si es amplia, cómoda y acogedora. Variados ambientes la decoran, desde lo más rústico hasta lo más elegante.

En síntesis, “un pequeño paraíso”, para él, su esposa, sus hijos y nosotros, sus amigos de siempre.

¿Qué diría Manuel o que haría Manuel si yo en mi próxima visita me mandara el siguiente numerito?

Vacié un litro de Cloro en la pileta cercana a la casa lo que provocó que los peces murieran.

Oriné y defequé en la laguna artificial.

Quemé dos pinos añosos y corté un alerce único en ese jardín.

La araucaria que enorgullecía a Manuel la quemé.

De paso en mi visita insulté y maltraté a uno de sus empleados.

Encerré a uno de sus hijos menores en un cuarto sin que Manuel se diera cuenta.

Entré a todos los baños y dejé las llaves de agua corriendo intencionalmente.

Finalmente, me adueñé de la casa y le dije a Manuel, bueno ya que me dijiste “siéntete como en tu casa” ahora yo haré lo que se me antoje aquí y desde ya te pediría Manuel que te fueras de tu casa.

Absurdo el relato que he escrito, tan absurdo como lo que a diario hacemos o permitimos que se haga con nuestra Casa Común, la Tierra.

Sólo he querido de manera burda graficar el comportamiento nuestro frente a lo que recibimos gratuitamente y sin esfuerzo, un lugar donde vivir. Un lugar amplio, cómodo, abundante, de belleza inagotable.

Permitimos que se mate nuestro hábitat, que se exterminen nuestros hermanos menores, que se desprecie la vida humana.

El argumento de que, yo no lo hago, es falaz pues tal vez no lo hacemos con nuestras manos sino con nuestras conciencias al permitir a sabiendas que otros lo hagan por nosotros.

Sigamos así, sigamos letrados y educados amigos, y la herencia que dejaremos a nuestros hijos y nietos no serán los haberes económicos que hoy intentamos grotescamente amasar, lo que en realidad dejaremos a nuestros hijos, hijas y nietos, será la esclavitud. Si la esclavitud, pues no serán libres de conseguir siquiera un vaso de agua como lo hicimos nosotros cuando niños.

Continuemos sin querer ver, creyendo que somos decentes porque los domingos nos estrechamos las manos dulcemente, pero nos hacemos los ofendidos cuando nuestra conciencia nos dice que somos cómplices a diario de la masacre del medioambiente, de la eutanasia social al dejar que algunos mueran de hambre y sed.

Continuemos así, nuestros descendientes no nos lo agradecerán.

Gerardo Donoso Contreras