gerardo
Cristián Warnken
Jueves 10 de Enero de 2008
"Nada tiene que ver el dolor con el dolor/ nada tiene que ver la desesperación/ con la desesperación/las palabras que usamos están viciadas/no hay nombres en la zona muda".
Un hombre y una mujer avanzan por un camino vacío, un lugar en la montaña donde abandonan a los perros. Avanzan en silencio, y él se repite a sí mismo esos versos, siempre los citaba en sus clases, en sus artículos. Ahora los versos de Lihn laten en su sangre, en su sien, no son sólo palabras. Quiere abrazar a la mujer, que es su mujer, y quitarle ese dolor que la traspasa, sanarla con lo mejor que tiene. Pero sólo tiene palabras, y él ya sabe que no sirven. Ve a decenas de perritos abandonados que salen al camino a buscar comida o agua. Y piensa: "¿por qué los hombres abandonan a los perros aquí?" Dos amigos del alma los llevan, como quien transporta a unos heridos a una posta de urgencia. Han buscado todo tipo de socorro, han acogido todos los abrazos, todas las cartas, las flores, los consuelos de tanta gente, tal vez por eso todavía están vivos. Pero nada puede quitar ese dolor que no tiene que ver con la palabra dolor. ¿No hay nada en este planeta que quite esta pena que los ha sacado del mundo, que los ha lanzado como hojas batidas por el viento fuera del tiempo y del espacio? Sólo el amor los había llevado tan lejos, ahora el dolor los hace flotar en esta irrealidad, como si fueran extraterrestres caminando por un planeta desconocido. Pero avanzan, no puede ser cierto que puedan caminar todavía, son llevados lejos de la ciudad a un lugar donde los esperan. Un monasterio de monjas de clausura. ¿Tú a un monasterio de monjas de clausura, a esta hora de la mañana, mientras abajo, en la ciudad, la vida de todos los días continúa? Los perros abandonados te miran desde la orilla del camino polvoriento. Su mirada está tan vacía e inexpresiva como la tuya. Cierras los ojos. Tu hijo está al fondo de la piscina. Tomas la mano de tu mujer para no caer al abismo que se abre a tu costado. Entonces, alguien abre un portón: es una monja pequeña, sonríe, "parece un duende" -piensas. Los hace pasar a una sala. Afuera casi no hay brisa, el calor del verano parece volver todo tierra baldía. La sala es fresca, detrás de las rejas 14 monjas de clausura te esperan. Se acerca a ustedes, los recién llegados, la que parece ser la madre superiora. Lleva anteojos negros, te dice algo muy preciso al oído, te abraza. Entonces lloras. Sientes que puedes por fin llorar, impúdicamente, ante esas catorce mujeres, y que has cruzado un umbral, fuera del mundo, donde todo es nada. Parece que ya hubieras vivido esto antes. El agua de vertiente con yerbas que te sirven y que calma tu sed. Las canciones que te cantan, las palabras dulces, esenciales, necesarias que te dicen, cada una de ellas, hadas de una iglesia que tú sentías vacía, fría, de discursos, de piedra.
Y el tiempo que parece detenerse, por fin. Tú y tu mujer, que vienen del infierno, parecen sentados ahí en la frontera del Paraíso y esas mujeres que te cantan y abrazan, que no predican, podrían ser las guardias fronterizas de algo en lo que creíste hasta que se acabó la infancia. Estás impaciente -tú que hace una hora ya no esperabas nada-, quieres que te abran la puerta, quieres entrar al jardín, donde encontrarás a tu hijo jugando entre el toronjil, la melisa y la menta. "Las almas de los niños muertos vienen a jugar a los monasterios"-te dicen. Tú quieres jugar con esas almas, miras a tu mujer y sientes que comienzan a flotar, como en la escena de Solaris de Tarkovsky, esa película con la que sellaron su amor hace años. El monasterio entero es una nave espacial que los llevará de regreso a casa; miras por una ventana y ves a los perros aullando, con toda la desolación del mundo, aullando a la nave de las monjas astronautas.
2 comentarios:
Debe ser grande el dolor de perder a un hijo en la flor de la vida...
Yo perdi a mi abuela y me siento desolada, y él debe sentirse frustado T_T
Ufff... me dio escalofríos... todos necesitamos una vía de escape para apacigüar el dolor.
mIRo
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